LO PRIMERO, LIMPIAR LA CASA

Los padres de familia deben ser testigos de Cristo en su propio hogar. Su testimonio debe reflejarse en la casa de habitación. Es necesario que Cristo reine en el interior y en el exterior de la casa. “Ustedes son como una luz que ilumina a todos. Son como una ciudad construida en la parte más alta de un cerro y que todos pueden ver” (Mt 5:14). Jesús, la Llama de Amor, es un Dios celoso (Ex 34,14). Cada familia consagrada al Señor es un Santuario. Esa consagración, esa entrega debe manifestarse externamente a los miembros del hogar y a las visitas. En primer lugar debemos limpiar nuestra casa de habitación de cualquier signo que esté en contradicción con la presencia de Cristo.

¿Qué diríamos si al entrar en una Iglesia encontrásemos la imagen de un Buda, de Shiva, de Kundalini, de Kali, de Brahma?  ¿Qué pensaríamos si en el templo parroquial encontrásemos ajos atados en ristra con trapos rojos para la buena suerte? ¿Si en los santuarios dedicados a María y a los Santos hubiese “entierros” mágicos y sobre las paredes posters dedicados a recordar y honrar a los ateos perseguidores de la Iglesia, o imágenes pornográficas? ¿Si en la librería parroquial se vendiesen libros de esoterismo, de magia, de brujería? Cuidamos nuestra apariencia física y evitamos andar sobre nuestro cuerpo adornos o camisetas con logos o imágenes inconvenientes. Somos coherentes con lo que pensamos, decimos y manifestamos por nuestro exterior. La Llama de Amor nos lleva a la coherencia entre lo que creemos interiormente y lo que profesamos exteriormente. 

Las imágenes de Jesucristo, de María y de los Santos son “sacramentales”, es decir objetos bendecidos oficialmente por la Iglesia que son portadores de gracias divinas. Si Jesucristo es el Centro y Señor de nuestras vidas debemos hacerlo presente en nuestro hogar  por medio de los signos que manifiesten nuestro rendimiento a su Santísima Persona. En primer lugar el Santo Crucifijo y  las imágenes o iconos tradicionales, igualmente las imágenes de María Santísima, de los ángeles  y de los santos. En la familia católica que vive de manera consciente su Fe el exterior debe reflejar ese ordenamiento y armonía que es fruto de la sabiduría del Espíritu Santo. Cuando los miembros del hogar no están convertidos realmente y no han tomado la decisión de ser testigos de Jesucristo nos encontramos con que en la casa no hay signos que manifiesten la Fe.

En las paredes hay adornos muy bellos y cuadros hermosos pero brillan por su ausencia las imágenes sagradas.  En los casos peores están las imágenes de dioses paganos (Budas…o ídolos). Hay que tener en cuenta que muchos objetos que tienen su origen en religiones paganas están “cargados” de ritos o consagraciones a sus dioses y son como imanes que atraen la presencia de los demonios y espíritus malignos o almas perdidas. Sobre todo cuando en la familia se hacen ritos ligados a estos dioses ( p.ej. el Yoga y similares). Los sacramentales, por estar exorcizados y bendecidos, repelen a los espíritus malignos y son una protección contra su presencia y acción.  Cuando no se está bien informado sobre la malicia de las prácticas esotéricas caemos ingenuamente en una equivocada “mentalidad abierta” que tolera y acepta cosas que son espiritualmente dañosas para la vida familiar. La Llama de Amor nos lleva a la coherencia interior y exterior. Si creemos realmente en Jesucristo debemos manifestar esa Fe por los signos que la expresan a cuantos nos ven y nos conocen.

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