LA HUMILDAD DE CRISTO VENCE AL DEMONIO DE LA SOBERBIA

San Juan Clímaco, (525-606) Abad del monasterio de Santa Catalina en el monte Sinaí nos habla de la soberbia en el escalón 23 de su libro “Escalera del Paraíso”:  “La soberbia es negación a Dios, invento del diablo, desprecio del hombre. Es madre de condenación del prójimo, hija de las alabanzas, indicio de esterilidad. Es alejarse de la ayuda de Dios, precursora de la locura, autora de la caída. Es causa de posesión diabólica, fuente de la cólera, puerta de la hipocresía. Es la fortaleza de los demonios, guardián de los pecados, origen de la dureza de corazón, ausencia de compasión. Es inquisidor amargado, juez cruel, enemigo de Dios, raíz de la blasfemia….Termina despreciando la ayuda de Dios, exaltando el esfuerzo propio y la disposición diabólica”. En el Diario Espiritual encontramos que Jesús y María se esforzarán por desprender a Isabel Kindelmann de su soberbia para conducirla a la verdadera virtud de la humildad.

En la biografía de esta Sierva de Dios encontramos que desde niña fue rebelde. Un carácter independiente, fuerte, terco, irritable. Las circunstancias de su vida la forjaron en la adversidad como se forja el hierro sobre el yunque bajo los golpes del mazo y el ardor del fuego. A lo largo de su Diario vemos que el Señor la colma de humillaciones y sacrificios. El Demonio la tienta repetidas veces por la adulación y la vanagloria. En el interior de su alma hay una tremenda lucha entre su carácter y las exigencias del Señor que la quiere despojar de ese “Yo” autosuficiente. Ella llega a comprender que sin la ayuda de Dios nada puede. Que solamente por medio de la verdadera humildad se puede derrotar a Satanás. La Iglesia ha siempre considerado que el pecado de la Soberbia es la raíz de todos los demás pecados y de todos los males de la humanidad. Es el pecado de los demonios, es la raíz del pecado de Adán y Eva, es la raíz de nuestros pecados personales.

El modelo por excelencia de la humildad es el mismo Dios. ¡Se hace hombre! El misterio de la Navidad nos lleva a contemplar a un Dios que se humilla a sí mismo y se deja humillar hasta la muerte y muerte de cruz. Jesús nos dice: “aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón” (Mat 11,29).  Los espíritus malignos van a atacar directamente a los cónyuges para provocar en ellos el crecimiento de la Soberbia. Su intención es desatar la división entre los esposos, el alejamiento, hasta llevarlos a la separación. Igualmente atacará a los hijos desde pequeñitos para llevarlos al conflicto entre hermanos y rebeldía en contra de los padres. El ambiente cultural en que vivimos favorece desmesuradamente el pecado de la soberbia. Los valores que la filosofía, la pedagogía, la psicología, y demás ciencias humanas pretenden es la idolatría del propio Yo. La realización de la persona por las propias fuerzas, la autosuficiencia que lleva al dominio de sí mismo y al logro de metas cuyo objetivo final es el endiosamiento del hombre.

Todo eso es totalmente opuesto al mensaje del Evangelio. El ejemplo de Jesús se opone radicalmente al mensaje del mundo y nos lleva por un camino “incomprensible” para aquellos que no tienen la Fe. Por ese motivo la Cruz de Cristo es rechazada por ser “una locura” y “un escándalo” (Rom 1,16 ss). La salvación del mundo, la felicidad de las familias no depende de los esfuerzos que hagamos para lograr la autorrealización de la persona humana según los criterios de la filosofía y la psicología.  Depende de los criterios del Creador. Este es el corazón del combate espiritual en el interior de las familias cristianas. Los espíritus infernales quieren influir en los padres de familia cristianos para que eduquen a sus hijos en los valores del mundo, del demonio y de la carne. Los progenitores cristianos necesitan reformar su mente y adquirir a costa de grandes renuncias los criterios de Jesucristo. El Reino de los Cielos sufre violencia -dice Jesús- y solamente los que se hacen violencia a sí mismo “lo arrebatan”. El Diario Espiritual nos sitúa en la raíz profunda de la vida cristiana. Podemos vivir un “cristianismo superficial, “light”, es decir falso, o podemos seguir de verdad a Jesucristo. En este dilema nos encontramos todos los bautizados. O ser verdaderos discípulos del Señor, o ser “falsos hermanos” (2 Cor 11,26).

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