EL BUDISMO
Frente a la falsa perfección humana que las religiones orientales ofertan a los cristianos, el mensaje de la Llama de Amor nos ofrece el auténtico mensaje del Evangelio: es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre quien nos da por su muerte y resurrección la verdadera libertad de la acción de los espíritus infernales, del pecado y de la muerte. Es Él quien por medio del Espíritu Santo realiza en nosotros la purificación de las pasiones pecaminosas y nos lleva a la santidad de vida; Cristo es el único camino hacia el Padre, objetivo final de todo cuanto existe. En vez de destruirnos y fundirnos con el Todo budista somos llevados a gozar de la amistad personal con el Dios vivo, que es nuestro Padre, por toda la eternidad. En el Plan de Dios para la realización del ser humano hay etapas que se van realizando a lo largo de la Historia de la salvación.
Los hombres, en nuestro afán de sobrepasar las consecuencias del pecado original (la muerte, el dolor, los instintos de autodestrucción) en la necesidad de encontrar la realización de nuestros más íntimos anhelos de felicidad, hemos creado innumerables religiones. Llegó un momento en el que Dios intervino en nuestra Historia haciéndose hombre como nosotros y ofertándonos el único camino hacia la verdadera realización de nuestra “humanidad”.Hay un antes y un después de Jesucristo. El antes de Cristo representa todos los esfuerzos humanos para obtener la salvación. El después de Cristo representa el Don de Dios a la humanidad, Jesús, el único Camino para que el hombre sea salvado. Fuera de Jesucristo no hay salvación. Todas las otras religiones son los esfuerzos del hombre y están en buena parte inspiradas por los “dominadores” de los aires tal como San Pablo nos lo explica: la acción de los espíritus malignos.
Este es el caso de las religiones orientales que tienen por objetivo hacer del “hombre malo un buen hombre”, por el dominio de las pasiones y por la adquisición de las virtudes morales humanas (Buda, Confucio, Zoroastro, Bahaullah, etc). Sin embargo esto no basta para salvarse. No nos salvamos porque seamos buenas personas, educadas, honestas, saludables, honradas, dignas, etc. La divina Revelación nos dice que somos salvados porque Jesucristo tomó sobre sí nuestros pecados y los lavó y reparó por su muerte de Cruz. Cuando nosotros no tenemos bien claro el contenido de la divina Revelación, somos como una casa con las puertas abiertas por donde penetra cualquiera.
Eso es lo que está pasando con infinidad de familias católicas cuyos miembros no han sido adecuadamente evangelizados y catequizados. No tienen criterios para darse cuenta de lo que es verdaderamente cristiano y lo que es pagano. El trabajo de los padres de familia debe ser el de formar la inteligencia y el corazón de los hijos sobre el modelo de Cristo. El mensaje de la Virgen María en su Llama de Amor está bien claro: las familias católicas deben descubrir a Cristo tal como el Evangelio nos lo presenta y la Iglesia nos lo enseña. Esa es la mejor defensa contra el proceso de “desinformación” que las tinieblas están llevando adelante en estos últimos siglos de la Historia de la humanidad. La Biblia nos habla en último término del enfrentamiento entre el Misterio de la Iniquidad (las tinieblas) y la Luz (Jesucristo). San Juan en el Evangelio y en el Apocalipsis lo deja al descubierto.
La Llama de Amor es un llamado a los padres de familia para que ejerzan con firmeza y lucidez su ministerio profético en el interior de sus hogares. Esto implica que en el corazón del hogar habrá necesariamente una lucha de las tinieblas contra la Luz. La Virgen lo dice: Satanás está lanzando contra la humanidad un ataque sin precedentes para condenar el mayor número de almas. La confusión es el arma que usa el Maligno. Las tinieblas se desvanecen cuando encendemos la Luz y ésta se va acrecentando. En el Diario Espiritual Isabel va siendo iluminada por las palabras de Jesús y de María. Ella va pasando de ser una “madre de familia” del montón a convertirse en una madre preocupada por la salvación de sus hijos.
Se da cuenta de que no puede ser una madre espiritualmente pasiva, obsesionada por el trabajo para proveer los bienes materiales, y debe poner como prioridad de sus intereses la salvación del alma de sus hijos. Las enseñanzas del Cielo la llevan a asumir su vocación de madre como un ministerio eclesial, el más importante, ya que en el interior de las familias nace la Iglesia. El encuentro con Cristo vivo hace que Isabel asuma el dolor, la cruz de la maternidad, como el único camino de santidad. Isabel es como un ejemplo puesto por Dios a todas las madres católicas para que formen a sus hijos en la plenitud de la Fe. Esa es la mejor defensa contra los errores que contaminan la identidad católica.