CARTA No.205: La señora Francisca de Guadalajara, México dice:
Leí la carta No. 204 en la que Juanita dice que se siente mal cuando está al lado de ciertas personas. A mí me pasa lo mismo. Me dan náuseas, eructo, me duelen partes de mi cuerpo. También siento lo mismo cuando voy pasando por los cuartos de las casas. En unos lugares estoy bien, en otros comienzo a eructar, en otros lugares me dan ganas de vomitar, o siento miedo. Cuando estoy orando por las personas, especialmente por mis hijos, aún cuando ellos estén muy lejos, eructo; a veces me dan náuseas y hasta saco baba o vomito.
Respuesta: Me parece que tienes un carisma parecido al de Juanita por medio del cual puedes discernir la presencia de almas y también de espíritus malignos en las personas y en los lugares. Estas gracias las da el Señor para ayudarnos en el gran combate que los hijos de Dios enfrentamos contra el mundo de las tinieblas. Creo que muchas personas tienen estos dones pero por falta de guía o de información no los aprovechan, o los consideran como enfermedades. Te das cuenta de que puedes orar a distancia y que tu oración está teniendo efecto. Los espíritus malignos salen por la boca a través de eructos, vómitos o también babasa. En el mundo espiritual no hay distancias. Aunque tus hijos estén lejos de ti, a muchos miles de kilómetros, tu alma y las suyas están íntimamente unidas. La oración que haces por ellos, o por cualquier persona, tiene influencia y les aporta gracias de Dios. En tu caso experimentas, sientes, detectas que algo espiritual los está afectando, perjudicando. Al ofrecer al Señor tus súplicas por su bienestar tus hijos son protegidos, sanados o liberados. Los eructos o vómitos son expresión visible de la eficacia de tu oración. No todo mundo tiene ese carisma, solamente algunas personas, pero la oración es igualmente eficaz aunque no haya manifestaciones.
Esto nos enseña que debemos orar constantemente unos por otros. Este carisma debe ser ejercido en primer lugar en el interior de la familia, de nuestros seres más próximos. Del mismo modo puede ser ejercido en los grupos de oración por sanación o liberación. Cuando se trata de lugares debemos tener en cuenta que nuestras habitaciones, las casas, los sitios, los espacios pueden estar invadidos de presencias espirituales. Pueden ser almas de difuntos, pueden ser espíritus malignos. La enseñanza de la Biblia y de la Tradición de la Iglesia nos habla de los ángeles buenos, los ángeles custodios, a los que debemos honrar y pedir auxilio y protección. La tranquilidad y la paz son signos de la presencia de los ángeles buenos. Las casas de los discípulos de Cristo deberían siempre estar llenas de la paz angélica. Hemos sido educados por la Iglesia para invocar la protección del Señor contra los espíritus malignos. Cuando en un lugar se ha practicado o se practica el esoterismo, (espiritismo, adivinación, magia, hechicería, invocación a los demonios, etc.) el espacio queda invadido por espíritus malignos. Se dan fenómenos variados. No hay paz, no hay alegría, no hay gozo, no hay felicidad.
Las personas se vuelven rebeldes y no consiguen el dominio propio. Igualmente cuando actúan los hechiceros mandando maldiciones y maleficios contra personas en particular o contra las familias puede haber manifestaciones inquietantes: presencias invisibles que transmiten miedo y angustia. No se ven pero que se sienten, Presencias visibles de sombras o siluetas oscuras, ruidos, golpes, sensación de ahogamiento, ruina, discordia. Durante el descanso nocturno se pueden experimentar ataques físicos y pesadillas, etc. El combate espiritual no es sólo a nivel del alma sino también a nivel físico, material. Para estos casos la Iglesia nos da los sacramentales, especialmente el agua, la sal y el aceite exorcizados y bendecidos. Deben estar siempre a nuestro alcance y utilizarlos para expulsar las presencias maléficas. La Virgen María nos da la jaculatoria “derrama el efecto de gracia de tu Llama de Amor sobre toda la humanidad” para ayudarnos en este combate contra el mundo de las tinieblas. Es sumamente eficaz para liberarnos de los ataques del maligno. Tanto desde el punto de vista espiritual como de los ataques físicos. Tenemos que ir aprendiendo a utilizar todos los medios que la Iglesia nos da para conservar la paz del Señor.