CARTA NO.78: Una madre pregunta: ¿cuáles son los remedios contra la homosexualidad?
Como dije en una de las anteriores cartas o entregas creo que debemos enfocar el problema de la “homosexualidad” no como algo aislado, un “en sí mismo”, sino como una faceta dentro de la PERSONA. Somos personas heridas por el pecado original. Jesús vino a sanar a la persona entera, no a pedazos o partes o aspectos de la misma. El hombre, todo hombre, herido por el pecado original encuentra su medicina en Jesús. Tan grave es lo que llamamos “homosexualidad” como lo que llamamos adulterio o fornicación, o promiscuidad, o carácter violento, o hechicería, o codicia, etc. Todas estas son obras de la “carne” que nos conducen a la muerte, nos impiden entrar en el Reino de los Cielos (Gal 5,16 – 26). En el Diario Espiritual encontramos el camino para la sanación de la personalidad entera en la oración que expresa los “anhelos” de Jesús, al final de los párrafos que están bajo la fecha 2 de mayo de 1962. Esta oración se la da Jesús a Isabel para que la medite y la enseñe a los demás. Tiene el poder de cegar a Satanás. “Que nuestros pies vayan juntos, que nuestras manos recojan unidas, que nuestros corazones latan al unísono, que nuestro interior sienta lo mismo, que el pensamiento de nuestras mentes sea uno, que nuestros oídos escuchen juntos el silencio, que nuestras miradas se compenetren profundamente fundiéndose la una en la otra, y que nuestros labios supliquen juntos al ETERNO PADRE, para alcanzar misericordia”.
Deberíamos meditarla profundamente y repetirla con frecuencia. Esta oración indica el itinerario que todos debemos recorrer para ser sanados de toda enfermedad y esclavitud del alma y del cuerpo. La raíz de toda enfermedad y de toda esclavitud es la separación de la persona respecto a Dios. La oración habla de los pies, las manos, los corazones, el interior, los pensamientos, los oídos, las miradas, los labios para indicarnos que toda la persona de caminar unida a Jesucristo hacia el Padre. Dios nos dio a su Hijo como la medicina contra todo mal. Eso fue lo que hizo Jesús: pasó sanando todas las enfermedades del cuerpo y expulsando demonios al mismo tiempo que predicaba el Reino de los Cielos. En último término toda enfermedad, cualquiera que sea es consecuencia de la separación que el pecado de Adán creo entre la humanidad y Dios. El camino hacia la sanidad, o equilibrio interior, es el camino hacia Jesucristo. Cristo es el Redentor. Por su muerte y resurrección destruyó el domino que Satanás había adquirido sobre el hombre por medio del pecado. Al volverse hacia Jesucristo el domino satánico se resquebraja. Es necesario tener en cuenta que el pecado original es un cataclismo gigantesco de proporciones incomprensibles para nuestra mente. Nos hirió desde las zonas más profundas de la personalidad. Sus consecuencias negativas son de tal magnitud que siempre quedaremos heridos y desfigurados interior y exteriormente. El equilibrio, la perfección, la configuración permanente y perfecta con Cristo la obtendremos solamente en la Vida Eterna.
Toda nuestra vida terrenal será siempre una permanente lucha contra el pecado original que es la marca de Satanás en nuestra existencia. El bautismo nos borra “la culpa” de ese pecado, (culpa que no es voluntaria de nuestra parte), que se manifiesta en nuestra permanente debilidad ante la tentación. La concupiscencia estará siempre acechándonos. La gracia de la Llama de Amor viene a dar a la humanidad por una parte la conciencia de su propia incapacidad para entrar en el Reino de los Cielos; por otra parte el auxilio permanente de la Madre de la Iglesia para destruir el poder de Satanás y de sus ángeles caídos sobre nosotros. La Providencia Divina ha respetado la libertad del hombre. Las consecuencias del pecado se ejercen dentro de la lógica de la libertad humana. Cada cual nace con las cualidades heredadas de sus ancestros, pero también con las consecuencias de los pecados y debilidades de los suyos. Hay familias santas, con siglos de santidad en su linaje. Hay familias heridas por el pecado con siglos de oscuridad y enfermedades espirituales. Muchas de las anomalías que sentimos y experimentamos en nuestra existencia no son culpa de nosotros; vienen de muy atrás. Dios, en su justicia y en su misericordia, no nos abandona en manos del pasado, ni en manos de los ángeles caídos. Respeta nuestra libertad pero también nos ayuda a superar esas ataduras. La gracia de la Llama de Amor es polifacética, múltiple, y nos es dada en estos últimos tiempos del gran combate para restaurarnos espiritualmente. La frase: “al final mi Inmaculado Corazón triunfará”, se refiere sobre todo a la restauración interior de nuestras almas producida en cada familia y persona que se abre a Jesucristo.