EL CRUCIFIJO EL ARMA PRINCIPAL EN EL COMBATE CONTRA SATANÁS
Jesucristo es la Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María. La Eucaristía, que reposa en el tabernáculo de la Iglesia, es Jesucristo vivo, la Llama de Amor viva. El crucifijo que debe estar en cada familia cristiana es Jesús presente en el centro del hogar como Señor de nuestras vidas. La presencia del Señor se da en la Iglesia a través de los signos. Los Signos por excelencia son los sacramentos en los que la Trinidad Santísima actúa directamente; los “sacramentales” son también signos menores que dependen de los sacramentos y nos llevan a ellos. Dios actúa a través de los sacramentales en la medida de nuestra Fe.
La Santa Madre Iglesia nos los da los para que por su “uso” frecuente vayamos creciendo en las virtudes cristianas. El crucifijo, igual que las otras imágenes de María, de los Ángeles y de los Santos, es un “sacramental”. Entre las imágenes sagradas es la más importante y la que debe ser venerada con mayor amor y respeto. El crucifijo hace presente allí donde esté el Misterio de la Redención: Cristo crucificado vencedor de la muerte. Con frecuencia el Señor avala y confirma el valor de las imágenes obrando a través de algunas de ellas grandes favores.
El discípulo de Jesús debe llevar siempre sobre sí el santo crucifijo porque no hay mayor protección contra los espíritus malignos que la Sangre de Cristo. En toda familia cristiana Cristo crucificado debe estar en la parte más importante de la casa y en todos los cuartos. A través del crucifijo se expresa la protección divina sobre la familia. Moisés mandó levantar sobre un mástil la imagen de la serpiente de bronce para proteger al pueblo de la mordedura de las serpientes malignas. Aquellos israelitas que miraban la serpiente de bronce quedaban sanados y liberados de una muerte segura.
Los cristianos levantamos el crucifijo para expulsar a Satanás y sus espíritus infernales. Jesús nos dice en la Devoción a la preciosísima sangre: «No deben temer por los numerosos agentes del enemigo. Hijos, simplemente ofrezcan las Llagas, Dolores, y la Sangre de Mi mano izquierda por su caída; los verán desaparecer como cenizas”. Esto es absolutamente cierto. En mi experiencia de exorcista creo firmemente que no hay instrumento más poderoso para expulsar a los espíritus malignos que atacarlos con el Cristo agonizante y especialmente con la sangre que brota de la llaga de la mano izquierda.