CARTA No.321: ¿PUEDO LLAMAR A LOS PASTORES EVANGÉLICOS PARA QUE OREN POR MI HIJA AFECTADA POR LOS ESPÍRITUS MALIGNOS?

La señora Margarita vive en una zona rural de Nicaragua, en una comarca muy pobre. No sabe leer. Para ganarse la vida todos los días baja al pueblo llevando frutas y verduras para vender en el mercado. Tiene cincuenta años de edad, tres hijos, dos mayores de veinte años y una adolescente de dieciséis. Su compañero de vida murió hace cuatro años. Era borracho, pendenciero, mujeriego. Para nada era creyente. Se iba por largas temporadas del hogar y regresaba por unas semanas y de nuevo se volvía a ir. La hija menor desde hace dos años presenta cuadros de conducta que la desconciertan. Como que alguien estuviera dentro de ella. Sufre dolores de cabeza, cae al suelo y convulsiona, oye voces, le duelen los brazos, le duele el estómago, tiene ganas de vomitar, mira cosas, etc. Margarita ha llevado varias veces a su hija a los médicos del hospital. También donde los curanderos. Ha gastado mucho dinero en hacerle exámenes de todo género, los resultados son negativos. Todo parece estar bien. Remiten a su hija a la psicóloga. Ésta le da seguimiento durante meses. No hay mejoría. La psicóloga le dice que mejor busque un sacerdote porque lo que tiene su hija no es de su incumbencia profesional.

La Iglesia católica le queda a tres kilómetros de distancia. Madre e hija en algún tiempo iban a misa dominical ocasionalmente pero dejaron de ir porque los pastores evangélicos de su comarca le recomendaran que no siguiera yendo. En su casa todos fueron bautizados católicos. Clarita, la hija, hizo su primera comunión pero dejó de ir a las clases de confirmación. Estudia en el Instituto del pueblo y ya lleva tercer año de secundaria. En su familia no oran. No tienen conciencia de lo que significa tener una fe católica. En su angustiada búsqueda de ayuda para su hija Margarita recurre a los pastores evangélicos. Ella es católica a su manera. Lo que importa es que su hija se sane, no importa de dónde venga su sanación. Cuando llegan los pastores evangélicos de la comarca invaden su casa y comienzan por romper las estampas de la Virgen y de los santos. Le tiran a suelo el agua bendita. Le dicen que tiene que quebrar las imágenes: el crucifijo, las vírgenes, los santos si quiere que su hija se sane. A duras penas Margarita reacciona. Llena de miedo salva las imágenes y se las lleva a otra casa para esconderlas.

El grupo evangélico ora en voz alta, recita textos de la Biblia, aplaude, canta, vocifera durante largo rato. Predican su doctrina sobre las imágenes y amenazan a Margarita diciéndole que si sigue las enseñanzas de la Iglesia católica está entregando a su hija a Satanás. Todo esto me lo cuenta Margarita con voz temblorosa. Ella es la típica campesina “católica” de nuestros parajes. Ella y sus hijos fueron bautizados pero no conocen el Credo, no conocen la Iglesia. Alguna vez han rezado el rosario. Hicieron la primera comunión pero no más. Se les ha olvidado lo poco que aprendieron de la doctrina. No han estudiado la Palabra ni el catecismo. No han alimentado la fe que recibieron en el bautismo. No han edificado su vida sobre los criterios fortísimos del Credo. Por su indolencia se han alejado de Dios. Su frialdad espiritual abrió las puertas a los espíritus malignos. Margarita viene a mí con su hija como último recurso. 

La labor del protestantismo ha sido verdaderamente fatal para tantos millones de “católicos” latinoamericanos que ignoran sus raíces. Como un torbellino proselitista los evangélicos han pasado convirtiendo en escombros lo poco que había sido construido por la Iglesia en estas almas. Como dice Jesús a los fariseos: «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, lo hacen hijo de condenación el doble que ustedes! (Mat 23,15). «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ustedes ciertamente no entran; y a los que están entrando no los dejan entrar. (Mat 23,13). Son palabras terribles.

Margarita y sus hijos quedaron vacunados contra la Iglesia católica. Quedaron desorientados ante la predicación de unos campesinos tan ignorantes como ella pero que esgrimen la Palabra de Dios como un arma para destruir a la enemiga: la Iglesia. Según estadísticas cada día son miles los “católicos de nombre” que pasan a la “iglesia evangélica”. Pero ¿con qué se encuentran allí? Con un inmenso vacío: falta la presencia real del Señor en la Eucaristía, falta la Palabra rectamente interpretada dentro de la Tradición y el Magisterio. Falta el gran sacramento del perdón de los pecados y los auxilios espirituales; son precipitados en la confusión doctrinal de las diversas denominaciones. Allí no está la verdadera unidad y la universalidad que Cristo pide al Padre (Jn 17,21); y lo peor de todo: los despojan del camino directo al Corazón de Cristo cuando les inoculan el rechazo a su Santísima Madre. Esto y más por decir constituyen el más grave problema para la Iglesia. La gracia de la Llama de Amor viene para dar a los católicos el sentido profundo de su identidad. La acción del protestantismo en el fondo es una acción diabólica porque destruye lo esencial de la Fe.

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