CARTA No.253: RECOMENDACIONES PARA ORAR CON LA LLAMA DE AMOR (5)

Para que la gracia de la Llama de Amor pueda actuar con todo su poder en el interior de la familia es necesario que tomemos los medios de sanación y liberación que la Iglesia nos da. El papel de la Virgen María, su vocación es la de ser Madre de Cristo Jesús y de la Iglesia. Entre Ella y el Misterio de Cristo y de la Iglesia hay una relación de Madre a Hijo y a hija. Todos los elementos constitutivos de la Iglesia de Jesucristo son engendrados en los miembros del Cuerpo de Cristo por la acción del Espíritu Santo a través de la poderosísima intercesión y colaboración de la Virgen María. María y el Hijo son inseparables. Igualmente María y el Espíritu, María y el Padre. Ella es la esclava del Señor, la humilde servidora, el humilde y especialísimo instrumento de la Trinidad para conformar  nuestra alma al Verbo de Dios encarnado. Esto depende de la voluntad de Dios, no de la necesidad. Es por voluntad del Hijo que la Madre desempeña el papel de Madre de la Iglesia. María nos lleva a amar a Jesucristo y a ser y sentirnos cada vez más miembros del Cuerpo de Cristo. Hay un solo Mediador y un solo Redentor y ese es Jesús. Sin embargo todos los miembros de Cristo participamos en ese Misterio de la Redención y de la Mediación por nuestra condición de redimidos y de miembros de la comunión de los santos. María no actúa sanando y liberando de la acción diabólica por sus propias fuerzas o por su propia iniciativa. Ella es el instrumento privilegiado por medio del cual el Padre nos da a su Hijo. Ella en su acción es totalmente dependiente de Jesús. Podemos decir que es Cristo quien actúa en Ella y a través de Ella. 

La gracia de la Llama de Amor nos va a llevar a utilizar los principales medios por los que actúa Jesucristo. En este caso me refiero en primer lugar al grandioso sacramento de la reconciliación. Jesús ejerce la misericordia del Padre a través del perdón de los pecados. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que el mundo no perezca. El sacramento del perdón de los pecados es el sacramento de la misericordia de Dios para el pecador. En él se ejerce específicamente la derrota de Satanás que es esencialmente odio a Dios y al hombre. Al pie de la cruz María, la Iglesia,  participan de la misericordia de Dios. En el sacramento del perdón Cristo y la Iglesia perdonan y los miembros de la Iglesia son perdonados, sanados y liberados. En el Diario Espiritual Jesús y María insisten constantemente en el arrepentimiento del pecado, en su reparación a través de las diferentes modalidades de la penitencia, en la expiación de las ofensas hechas a Dios. Isabel nos da el ejemplo. Ella recurre constantemente al sacramento de la confesión. El poder de liberación y sanación del reconocimiento humilde y de la confesión del pecado al sacerdote es único. Rompe las cadenas diabólicas, sana las heridas espirituales y psicológicas. Restaura la paz del alma y del corazón. Renueva la fe, la esperanza y la caridad. Da una nueva efusión del Espíritu Santo, fortalece los dones y frutos. No hay pecado que resista la confesión frecuente y bien hecha. El peor enemigo de Satanás es el sacramento de la reconciliación. 

El nuevo arrepentimiento de los pecados del pasado, ya confesados, profundiza  la libertad interior. Desgraciadamente este sacramento ha sido desvalorizado en la práctica por la indolencia y falta de fe de muchos sacerdotes que no confiesan con gusto y alegría. Los fieles no encuentran buenos confesores. No tienen facilidades para confesarse. Hay un gravísimo pecado pastoral cuando no se facilita la confesión a los fieles. Hay fieles y sacerdotes que equiparan equivocadamente al sacramento con una terapia psicológica. Es un grave error porque la acción del psicoterapeuta no cuenta con la acción del Espíritu Santo; solamente recurre a las fuerzas humanas. En el sacramento es el mismo Cristo quien actúa resucitando al alma muerta a la gracia, sanando sus enfermedades, rompiendo las cadenas diabólicas, fortaleciendo sus debilidades. Debemos combatir a Satanás con la jaculatoria permanentemente recitada en la mente y en el corazón  dentro de la perspectiva del arrepentimiento y perdón sacramental de los pecados. La confesión debe ser frecuente, lo más frecuente que nos sea posible, para erradicar la acción de los espíritus malignos que se alimenta de las heridas que el pecado ha ocasionado en nuestra alma. Es necesario, urgentísimamente necesario, revisar y perfeccionar la catequesis de este sacramento y las normas pastorales que lo sustentan. Muchísimos fieles no se confiesan, no conocen este sacramento o se confiesan mal. No se dan cuenta de que es el medio más importante para destruir la acción satánica en nuestra vida personal y familiar.

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