CARTA No.239 Juanita, mexicana que vive en San Francisco California me pregunta.

¿Qué opina Ud. del movimiento carismático en la Iglesia Católica? 

Respuesta: Creo que conozco bastante bien el movimiento carismático. Lo conocí en Ecuador en 1972, lo descubrí en México y más tarde lo viví intensamente en Francia. Para mí, personalmente es una maravilla, uno de los dones más grandes que el Señor ha hecho a la Iglesia en estos últimos tiempos. Sin embargo hay que tener en cuenta la “calidad” con que se ofrece y se vive en los diversos lugares donde este movimiento se ha establecido. No en todas partes vale la pena el movimiento carismático. Hay lugares donde es vivido con profunda seriedad y entonces produce los mismos frutos que se dieron en la primitiva comunidad de Jerusalén. En otras partes es vivido de manera superficial y se limita a cantos, aplausos, y algunos carismas como el donde lenguas. Para muchos mal llamados “carismáticos” este movimiento ha sido el pasaporte al protestantismo. Para que el movimiento carismático produzca plenamente sus frutos es necesario que sea totalmente enraizado en la fe y tradición católicas. La Iglesia nació católica, con la plenitud de las gracias, de los dones, de los carismas del Espíritu Santo. El movimiento carismático para que sea verdaderamente tal debe tener todos los elementos que los Hechos de los Apóstoles ponen en evidencia. Descubrir el poder del Espíritu Santo es algo que nos sacude hasta lo más íntimo del alma. 

Se trata de un verdadero “terremoto espiritual” para aquel que ha vivido una fe mediocre o también  un catolicismo clásico marcado por el cumplimiento de los preceptos. La “efusión del Espíritu” es como un nuevo pentecostés.  El Espíritu Santo se manifiesta dentro de ti como una experiencia  vital extraordinaria, un fuego que te transforma en cuestión de segundos. Te da una nueva manera de ver la fe, la Iglesia, el mundo, tu propia vida. Te transforma. Te abre a la vivencia de los maravillosos carismas que el Espíritu Santo entregó a la Iglesia. El Señorío de Cristo sobre tu vida se hace realidad. En definitiva, bien vivido, renovará a la Iglesia. Por eso se llama Movimiento de Renovación Carismática Católico. El peligro está en que no se vivan todos los elementos de la fe católica. Como esta experiencia del Espíritu Santo se dio en ambiente protestante-pentecostal es necesario estar atento al peligro de quedarse a medio camino. El protestantismo rechaza la Eucaristía, los sacramentos, a la Virgen María, el culto a los santos,  la catolicidad, el Magisterio, la Jerarquía. Es tremendamente proselitista. Insiste excesivamente en los dones de sanación y liberación. Reduce la adoración a la alabanza en sus diversas formas.  Interpreta la Escritura de manera individual. Es fideísta insistiendo más en la experiencia sensible que en la doctrina. Si el movimiento carismático está asesorado por sacerdotes que hayan tenido la experiencia de la efusión del Espíritu y la vivencia de los carismas en vida comunitaria, tendrá excelentes resultados.

 Los grupos carismáticos dejados a su propio arbitrio corren el peligro de protestantizarse o de quedarse en la superficie. El fruto más bello del Movimiento Carismático es la formación de comunidades estables en las que se viven todos los carismas tal como en la primitiva comunidad de Jerusalén se daban. La Iglesia entera debe ser “carismática”, es decir todos los cristianos deberíamos vivir en plenitud los carismas que vivieron las comunidades del Nuevo Testamento. Desgraciadamente la manera de vivir la fe ha quedado anquilosada y reducida a nivel intelectualista en la Iglesia Católica. Ese es el motivo por el cual las sectas pentecostalistas están arrasando con los católicos en América Latina. No es lo mismo una comunidad en la que se viven los carismas en su plenitud que una parroquia en la que solamente se “oye” la misa como el cumplimiento de un precepto y después cada uno se va a su casa. El reto para la Iglesia Católica es que todas las parroquias se transformen desde el interior volviéndose “auténticamente carismáticas”, es decir, viviendo permanentemente los carismas que animaron las comunidades primitivas. El problema es que obispos y sacerdotes no han tenido en los seminarios en que fueron formados la experiencia de una vida “carismática”. Igualmente pasa con la catequesis del sacramento de la confirmación. Es un total fracaso. En vez de experimentar el poder del Espíritu Santo, los catequizados salen tan fríos que muchísimos después de la confirmación abandonan la práctica de la fe. Algo grave está pasando en la Iglesia Católica. Es necesario que todos los miembros, pero especialmente los obispos y sacerdotes, se renueven por una nueva efusión del Espíritu Santo.

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