CARTA No.222: Roberto, de Guadalajara, México pregunta:

Hay muchas oraciones de sanación y liberación que circulan por internet. ¿Cuáles me recomienda?

Respuesta: A mi modo de ver lo que más sana el alma y el cuerpo, y libera de las opresiones diabólicas es la confesión frecuente de los pecados ante el sacerdote con todos los requisitos que exige el sacramento. No hay nada más poderoso para sanar y liberar. La persona que recibe frecuentemente este sacramento con profundo dolor de sus pecados y propósito de convertirse, recibe más sanación y liberación que por cualquier otro medio. Es el mismo Jesucristo quien nos da el perdón de los pecados por este sacramento que instituyó cuando en la primera aparición después de su resurrección (Jn 20,23) dijo a sus apóstoles: “quedan perdonados los pecados a quienes se los perdonéis”. La confesión de los pecados es un momento verdaderamente maravilloso si lo hacemos con la debida preparación y las disposiciones adecuadas. Es el momento del encuentro con Jesucristo vivo. El sacerdote es solamente un instrumento del Señor. Debemos ir a este sacramento con la firme convicción de que seremos sanados y liberados por el mismo Jesús. Lo más maravilloso es que Cristo quiere perdonarnos. Él es quien toma la iniciativa. Para eso vino, para perdonar a la humanidad todos sus pecados.

Leamos el Evangelio y encontraremos a un Jesús lleno de misericordia, de bondad, de ternura para con los pecadores: perdona al paralítico (Mt 9,2), a la mujer adúltera (Jn 7, 53-8,11) , a la pecadora (Lc 7,36,50); en el Padre Nuestro (Mt 6,9-15) el tema central es la misericordia de Dios: “perdona nuestros pecados como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, etc. Sin embargo para recibir la mayor abundancia de gracias es preciso preparar muy bien la confesión. Lo más importante es el arrepentimiento, el dolor de haber ofendido a Dios. Isabel Kindelmann recibió la gracia de la iluminación interior. Jesús la miró a los ojos y en ese momento vio todos sus pecados ocultos (DE 14-1-1963). Su corazón se sintió traspasado de dolor. Pasó horas llorando de arrepentimiento por haber ofendido al Señor. Es la mirada penetrante de los ojos Jesús la que le concedió esa gracia del conocimiento de todos sus pecados. Debemos llegar a la confesión habiendo hecho el examen de conciencia con verdadera profundidad, auténtica sinceridad y profunda humildad. Es necesario orar intensamente para que el Señor nos conceda la gracia de conocer nuestros pecados, especialmente los ocultos. La lista de pecados que traen los exámenes de conciencia convencionales pueden ayudarnos pero lo importante es el dolor. El Demonio no quiere que vayamos al sacramento de la confesión. Suscita vergüenza, miedo, repugnancia en nuestros corazones. Él sabe perfectamente que si recibimos el perdón de Jesús escapamos a sus cadenas. Por ese motivo hay que emplear la jaculatoria y el Rosario para cegarlo y poder acercarnos con libertad al sacerdote.

Todo pecado trae consecuencias sobre el cuerpo, el alma, la vida familiar, la vida social, el mundo entero. Si todos en la familia se acercan regularmente al sacramento de la reconciliación se dará una corriente permanente de sanación espiritual y física dentro del hogar. Por ese motivo Jesús y María nos piden que por lo menos una vez al mes primeros viernes y sábados de mes nos acerquemos a la confesión y a la comunión reparadora. En esos dos sacramentos se derrama la infinita misericordia sanadora y liberadora del Padre Celestial. La Confesión y el Cuerpo y Sangre de Cristo son los dos puntos de partida y de culminación de la sanación y de la liberación. El Demonio huye y nuestras cadenas son rotas y las heridas son sanadas. Hay personas que se confiesan mal. No entran en lo profundo de sus pecados, no los reconocen, no se arrepienten con sinceridad ni hacen auténtica penitencia por ellos. Sus confesiones son vacías de dolor, de verdadero arrepentimiento. Por ese motivo su vida no se transforma ni se sana ni se rompen sus cadenas. Se confiesan siempre de lo mismo como repitiendo una aburrida retahíla. Para otras la confesión es un tormento. Les da miedo, vergüenza, las aterroriza. Por eso huyen de la confesión o si se presentan al sacerdote dicen una cuantas palabrejas sin sentido para salir del paso. ¡Qué lástima! Si queremos ser sanados y liberados acerquémonos frecuentemente al sacramento de la reconciliación.

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