CARTA No.217: Carlos y Cecilia son dos novios, se aman y quieren formar una familia. Viven en San Francisco, California, USA. Preguntan:

¿Por qué motivo los católicos tenemos que casarnos por la Iglesia? Lo vemos como una imposición. ¿Para qué casarnos por el sacramento cuando muchísimos casados por la Iglesia se divorcian y después se vuelven a casar?¿No es mejor juntarse y si después no queremos seguir, separarnos?

Respuesta: Lo que Uds. señalan, que muchísimos casados por el sacramento se separan, es una real tragedia. Los que destruyen culpablemente su matrimonio no han entendido el sentido de este sacramento. Debemos tener en cuenta en primer lugar que ser cristiano es un llamado del Señor “para que lleguemos a la más elevada santidad en esta vida y después gocemos de la Vida Eterna”. El bautismo es la clave de todo. Si no lo comprendemos no entendemos para nada el por qué y el para qué de la vida cristiana. Caminamos como ciegos por este mundo. Por el bautismo somos configurados con Cristo Jesús. Se nos entregan los grandiosos dones del Espíritu Santo para para que santifiquemos nuestra existencia. Esa es la vocación fundamental y más importante. Sobre la vocación bautismal se injertan otras llamadas: el sacerdocio, el matrimonio, la vida religiosa consagrada, la soltería por el Reino de Dios. El objetivo de estas vocaciones secundarias es siempre el mismo: la santidad en esta tierra y la gloria eterna. El que quiere vivir como discípulo de Cristo debe tener muy en claro esta realidad. No somos del mundo, pertenecemos a Jesucristo. Nuestros pensamientos, sentimientos y acciones sólo tienen sentido a los ojos de Dios si los vivimos en Cristo, con Cristo, por Cristo, para Cristo.

Ese es el dilema fundamental de todo ser humano: vivir en Cristo o vivir según nuestros propios criterios. El sacerdote, el casado, el consagrado, el soltero tenemos el mismo dilema en frente. Vivir según Cristo o vivir fuera de Cristo. Se puede ser un mal sacerdote, un mal consagrado, un mal esposo, un mal soltero. Todo depende de la medida en que, con la ayuda de la gracia de Dios, ajustemos nuestra vida al Evangelio. La recompensa cuando seamos juzgados por Dios depende del grado de santidad al que hayamos llegado en esta vida. Los que quieren vivir como cristianos el matrimonio deben ajustar sus criterios, sus pensamientos, sus sentimientos, sus acciones a los de Jesucristo. Lo mismo deben hacer los que quieren servir a Cristo en el sacerdocio, en la vida consagrada, en la soltería. Esto no es una imposición arbitraria. Al contrario, es una garantía de éxito, de felicidad. No es un atentado a la libertad del hombre, al revés, se trata de lograr la mayor santidad con la ayuda de los dones del Espíritu Santo. No podemos ser cristianos “a mi modo”, “a mi manera”. Como no se puede ser militar “a mi manera”. Ni trabajar para una Compañía “a mi manera”. El que quiere seguir a Cristo en el matrimonio debe estudiar bien lo que dice San Pablo en Efesios 4,1 a 6,19. “Estamos llamados a edificar el Cuerpo de Cristo. A vivir una nueva vida en Cristo. A dejar la antigua manera de pensar según el mundo, el demonio y la carne para imitar a Jesucristo.

En el matrimonio el marido debe ser otro Cristo y la mujer debe ser imagen de la Iglesia. Los hijos deben honrar a su padre y a su madre como representantes de Dios. El matrimonio, igual que las demás vocaciones cristianas, es un terrible combate de cada día contra los poderes infernales. Para vencer, los esposos deben endosar la armadura. El matrimonio que no combate es vencido y se destruye”. Esta manera de ver el matrimonio parece no encajar en la mentalidad actual generalizada en que vivimos. Sin embargo eso es lo que la Iglesia ha sostenido siempre. Para vivir cualquier vocación se necesita la gracia de Dios. Sin la ayuda de Dios no se puede ser buen sacerdote, consagrado, o casado, o soltero en Cristo. Cantidad de novios que van al altar no conocen con claridad lo que significa ser “esposos en Cristo”. Por ese motivo viven muy mal su relación matrimonial. No viven el matrimonio en Cristo. Viven “a su manera”. De allí el fracaso. Es importantísimo prepararse al sacramento del matrimonio en primer lugar conociendo la Palabra de Dios, tomando los auxilios espirituales propios de la vida cristiana, y con la convicción de que igual que el sacerdocio, la vida consagrada o la vida de soltería, el matrimonio es un camino de santificación. Cristo ha dicho: el que quiera venir en pos de Mí, que tome su cruz y me siga. Muchísimos esposos en verdad no han comprendido esto y viven su vida “a su manera”.

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