CARTA No.182: Alberto de Bucaramanga, Colombia dice:

Escuché su charla número treinta y ocho y le digo, me encantó. Durante muchos años he criticado a la Iglesia. En la universidad aprendí a odiarla. Los profesores me hablaron de la corrupción de la Iglesia, de la inquisición, de la conquista de América, de los ricos y la Iglesia, etc. Siempre que hablaron fue para denigrarla. Mi corazón se enfrió de tanto oír esas críticas y viví muchos años alejado de la misa y de los sacramentos. Después he ido volviendo y ahora soy católico convencido. Coincido con su merced en que aquel que no ama a la Iglesia no es verdadero cristiano.

Respuesta: Te felicito, has regresado a casa. Has superado la tremenda tentación de Satanás para cerrar la inteligencia, la voluntad y la memoria a Jesucristo presente en su instrumento privilegiado. ¿Por qué tantos jóvenes católicos que de niños y de adolescentes vivieron la fe al llegar a la universidad se vuelven indiferentes, y hasta ateos, enemigos de la Iglesia? Probablemente porque en el seno familiar, en la escuela católica, en la parroquia no se les enseñó a luchar contra Satanás, el príncipe de la mentira. Hemos visto que el Demonio trata en primer lugar de confundir la inteligencia para llegar al corazón e inocular sentimientos opuestos a Jesucristo. Uno de los objetivos más importantes para el reino de las tinieblas consiste en desprestigiar a la Iglesia. ¿Por qué? Porque es a través de esa institución divino-humana que nos llega el conocimiento de Jesucristo y de los medios de salvación. Se trata de impedir que la Iglesia ejerza su ministerio de evangelizadora: llevar a Cristo al interior de los corazones, de la sociedad del mundo. Una vez que la inteligencia y el corazón se cierran a la Iglesia también se rechazan los medios de salvación que ésta aporta.

El hombre queda sin los auxilios que necesita para defenderse de Satanás y para crecer en Cristo. Los enemigos de Jesucristo se han apoderado de las universidades. Desde esos centros de cultura se expande una visión del mundo racionalista, atea, cerrada a la trascendencia. Se manipula la historia y las ciencias sociales en función de las ideologías políticas. Las ciencias, separadas de la fe, han llevado a muchos científicos a creerse pequeños dioses, dueños de los destinos del mundo. Esta mentalidad demoníaca que hace a un lado a Dios ha llevado al mundo moderno a utilizar los “avances científicos” en contra del mismo hombre. La ciencia se ha desviado. En vez de glorificar a Dios se ha vuelto contra
el hombre para destruirlo: las armas nucleares son el ejemplo más palpable de este abandono de Dios. La tecnología se esta volviendo contra el hombre para separarlo de Dios. El Estado se erigido en el nuevo dios que exige adoración. El hombre, igual que Adán y Eva, ha llegado a pensar que no necesita del Dios verdadero. La Llama de Amor no viene a restaurar ningún “poder de la Iglesia sobre la sociedad”. Viene a renovar la familia desde el interior para convertirla en testigo de Jesucristo.

En el Diario Espiritual queda claro que el objetivo de la Virgen es la salvación de las almas. Los jóvenes católicos han de ser pertrechados en el seno de la familia con las armas que les permitirán pasar incólumes las trampas de una “cultura” que ha renegado de la Verdad y de la fe. Los cristianos sabemos que hemos sido enviados a este mundo como “ovejas en medio de lobos”. No podemos luchar contra los enemigos de Jesucristo con las mismas armas del “mundo, del Demonio y de la carne”. Si nuestra inteligencia no está protegida con el efecto de gracia de la Llama de Amor fácilmente caeremos en la trampa y perderemos la fe. Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz para lograr sus objetivo. En la universidad los jóvenes católicos están llamados a ser testigos vivos de Jesucristo. Esto sólo se puede dar si desde el seno de la familia los niños son formados en el combate espiritual con el instrumento que la Virgen pone en nuestras manos. Cuando lleguen a jóvenes estarán en condiciones para resistir el combate y vencer con la ayuda del efecto de gracia de la Llama de Amor. San Pablo dice: “He combatido el buen combate, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe” (2 Ti 4,7).

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