LA INTIMIDAD CON MARÍA

Los católicos decimos que somos felices de tener en María una Madre, la Madre. Compadecemos a aquellos que no aman a María o no la han descubierto. Nos horrorizamos ante aquellos que la ofenden, la insultan y blasfeman contra Ella pensando que de esta manera  rinden homenaje a su Hijo. Nuestro modelo de amor a María es su propio Hijo Jesucristo. Nadie la ha amado ni la amará como Jesús la ama. Nadie la honrará y respetará jamás como Él. Si todo buen hijo ama a su madre por encima de todos los amores, imaginemos cómo amará el mejor de los hijos a la mejor de las madres? No hay medida para valorar ese amor. Entre la madre y el hijo se da la mayor intimidad. Es un misterio insondable el que se realiza en el vientre de la mujer en el que se desarrolla la vida. Son dos almas unidas en el amor para siempre con un vínculo único, irrepetible. A través del cordón umbilical pasan las herencias ancestrales tanto biológicas como espirituales. Herencias positivas y también negativas. En los nueve meses el alma del niño está unida al alma de la madre de tal manera que los sentimientos, afectos, pensamientos, estados de ánimo de la madre conforman la personalidad del hijo. 

También el hijo transmite a la madre en un coloquio secreto e indescifrable lo que él es.  Dice Jesús que no hay amor más grande que dar la vida por alguien que va a morir. Sin embargo engendrar a un niño es el acto de amor más pleno que se pueda hacer por una persona. Es traerla  del no ser al ser. Es darle la oportunidad de vivir para toda la eternidad. Es tal la unión de la madre con el hijo que cuando muere el hijo también muere una parte de la madre.  Por todos esos motivos y muchos más, cuando una madre aborta voluntariamente a su hijo se hunde en una espiral de muerte. El aborto es fruto de la confusión mental y emocional que el pecado original ocasionó en lo más íntimo del ser humano. Jesús y María no fueron golpeados por el pecado original. ¿Podríamos imaginar una relación de intimidad más perfecta entre la Madre y el Hijo en el seno materno? El ideal de todo cristiano es amar a María como el Hijo la ama y amar a Jesús como la Madre lo ama.

El primer mandamiento nos dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, sobre todas las cosas. Así ama María a su Hijo. El Hijo no encuentra a alguien más digno de su amor que la Madre que lo concibió y llevó en su seno. En el plan de Dios todos los seres humanos estamos destinados a amarlo con la perfección con que María amó y ama a Su Hijo que es el Dios verdadero hecho hombre. El Espíritu Santo nos habita desde nuestro bautismo y nos lleva a amar Jesucristo con el Corazón de María, como María lo ama, desde que descendió sobre Ella para engendrar en su seno la humanidad santísima del Salvador. La espiritualidad de San Luis María Grignion de Montfort nos lleva a vivir en la intimidad con María como Jesús vivió en intimidad con Ella. El capítulo 17 del Evangelio de San Juan nos explica esa intimidad con Dios que todo seguidor de Jesucristo debe vivir: “Yo en ellos y Tú en Mí” (Jn 17,21.23). Cuando vivimos la Fe en “intimidad con María” el combate espiritual contra los espíritus malignos toma su verdadera dimensión.

No somos nosotros los que enfrentamos al dragón (Ap 12) sino que es la Madre de la Iglesia, portadora de Jesucristo en su seno, la que derrota al maligno. El efecto de gracia de la Llama de Amor ciega a Satanás porque es el amor infinito de Jesucristo por la humanidad.  Se trata del efecto de la Redención. Cuando oramos la jaculatoria “derrama el efecto de gracia de tu Llama de Amor sobre toda la humanidad estamos pidiendo a la Virgen María su poderosa intercesión para que la humanidad entera abra su corazón a Jesucristo.  Cuando hablamos de “intimidad” con María debemos recordar las palabras de la Virgen. Ella nos dice que la jaculatoria de  la Llama de Amor debe ser como una “respiración” del alma. Si permanentemente la llevamos en la mente y en el corazón estamos creciendo en esa intimidad espiritual con María, la oración permanente que nos pide el Evangelio. El alma se vuelve una fortaleza inexpugnable. Las tentaciones son vencidas. Los espíritus malignos no encuentran entrada.

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