LOS SERVIDORES DE DIOS Y LOS SERVIDORES DE SATANÁS (2)
San Pablo nos habla de los dos reinos, el de la Luz y el de las Tinieblas. El Padre celestial “nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados” (Col 1:13–14). Pertenecen al Reino de la Luz los que han reconocido y aceptado a Jesucristo como al Hijo de Dios encarnado, que por su vida, muerte y resurrección nos rescató de las Tinieblas y nos trasladó a su Reino. Pertenecen al Reino de las Tinieblas Satanás, los entes espirituales que le están sometidos (los espíritus malignos), los seres humanos vivos y muertos que no han querido aceptar la salvación que Jesucristo les ofreció y que se dedican a trabajar por la condenación de las almas. Jesús nos vino a revelar el Reino de Dios. Él nos abrió las puertas del Reino de los Cielos.
Esta vida terrenal en la que estamos es el tiempo que se nos ha dado por designio divino para asegurar nuestra pertenencia a ese Reino de la Luz. San Pablo nos habla de la guerra que debemos sostener contra los miembros de las Tinieblas que buscan arrastrarnos a su Reino. El combate entre la Luz y las Tinieblas es permanente. Sentimos ese combate en lo profundo de nuestra personalidad: pensamientos, sentimientos, deseos, unos buenos y otros malos que luchan en nuestro interior para arrastrarnos a la Luz o a las Tinieblas (Ef 6,12). Fuera de nosotros también ese combate se da. Los servidores de las Tinieblas nos rodean para engañarnos y encadenarnos a su Reino de Muerte. La gracia de la Llama de Amor viene a fortalecernos en esa lucha por la salvación de nuestras almas. Al recibir esta gracia vamos tomando conciencia de las tinieblas que atacan tanto el interior como el exterior. Por el pecado de Adán y Eva nacimos bajo el poder del Reino de las Tinieblas.
El Demonio de ninguna manera tolera que seamos arrancados de sus garras. Se siente nuestro dueño. Piensa que todavía le pertenecemos, que tiene derechos sobre nosotros. El día de nuestro bautismo rechazamos su esclavitud, se nos dio la gracia de Dios y fuimos arrancados de las manos de ese rey abusivo. Esa libertad que nos dio Jesucristo está custodiada en primer lugar por el Espíritu Santo que nos habita y hace de nosotros su templo. Para garantizar nuestra libertad en Cristo, Dios nos dio la protección de los ángeles custodios, de los santos del Cielo, de los padres de familia y demás familiares. Valemos tanto a los ojos de Dios, somos para Él un tesoro tan precioso. Somos tan amados por ese Padre Celestial que ha puesto al alcance de nuestras manos todos los medios de salvación.
En definitiva solamente aquellos que voluntariamente se dejan seducir forman parte del Reino de las Tinieblas. Se vuelven a su vez seductores de las almas y servidores de ese reino de muerte. Nuestro deber es el de constituirnos servidores conscientes del Reino de Cristo para salvar a nuestros hermanos de las astucias de Satanás y de los suyos. El acto de caridad más grande que podemos hacer al prójimo es ayudarlo a entrar en el Reino de los Cielos. Es el deber más importante de los padres de familia. El hombre en el hogar representa a Cristo. Es la cabeza de la mujer y de los hijos. Debe ser el vigilante por excelencia, el aguerrido defensor de su familia contra los ataques del mundo oculto. Necesitamos padres de familia santos, liberados de las ataduras de las tinieblas para que a su vez puedan garantizar la libertad espiritual de los hijos.
El gran problema de la Iglesia es que muchísimos maridos, esposos y padres de familia, son víctimas del reino de las tinieblas, pertenecen a ese reino de muerte. Están cegados por la oscuridad, atados por los vicios. Son, sin saberlo, servidores de Satanás. Ignoran a Jesucristo, no se le han sometido. No han renunciado al pecado. En vez de conducir su rebaño al Reino de la Luz se convierten en oscuridad para su mujer y los hijos. La gracia de la Llama de Amor va dirigida en primer lugar para los maridos, los varones. Si ellos se abren y valoran la importancia del mensaje y del instrumento será mucho más fácil que la familia entera dé el paso hacia el Reino de la Luz. Si hay que evangelizar a alguien en primer lugar es a aquel que tiene en el hogar la mayor autoridad departe de Dios: al varón.