Noviazgos «segun Cristo Jesús”
Los discípulos estamos llamados a configurarnos a Jesús. A distanciarnos de los criterios del “mundo – demonio – carne” para asumir el pensamiento del Señor. El evangelio nos dice que somos “luz del mundo” y debemos tener en cuenta que las tinieblas (Jn 1, 1 -18) buscan apagar la Luz. La vida del cristiano es un verdadero combate contra las tinieblas que tienen como propósoto impedir que la Luz ilumine este mundo. Ese gran y permanente combate se desarolla en primer y principal lugar en “nuestro interior, en la inteligencia y en el corazón” de cada ser humano. Seguidamente en el interior de las familias. Para vencer a las tinieblas en lo profundo de nuestro yo, necesitamos el “efecto de gracia” de esa Llama de Amor que es Jesucristo. Jesús dice que somos, además de Luz, “sal de la tierra”. Este mundo debe ser salado, impregnado de Cristo, para que no se corrompa. Si la carne no es protegida, sea por la sal, por el frío o por otro ingrediente que preserve, se pudre. La familia se corrompe si no es salada por Cristo.
El noviazgo debe ser impregnado por la vivencia de la Palabra de Dios y de los Sacramentos. Los novios cristianos deben caminar juntos con un propósito firme: formar una familia que sea un Santuario Familiar. El noviazgo debería ser “consagrado al Señor”. Los novios están llamados a formular ante Jesucristo las promesas de vivir su noviazgo en santidad. Y eso no es fácil porque la astucia del mundo – demonio – carne ha creado una mentalidad completamente contraria al Evangelio, sobre todo en el terreno del amor, de la sexualidad y de la procreación. Vivir el noviazgo con el auxilio de la Llama de Amor debería ser el primer paso de aquellos que quieren llegar a formar un Santuario Familiar. Uno de los apostolados más importantes del Movimiento debería ser acompañar a los jóvenes en el proceso del noviazgo. En este tiempo extremadamente decisivo se ponen las bases del Santuario Familiar. En relidad el Sacramento del Matrimonio es en sí mismo la más poderosa consagración de la familia al Señor.
Ese es el sentido del matrimonio cristiano. La familia, desde su inicio,debe ser un lugar de santidad. Lo desconcertante es que la mayoría de las personas que contraen matrimonio van al Sacramento ignorándolo. El día de la boda, al darse el “SÍ» ante el altar los nuevos esposos deberían tener plena conciencia de lo que están haciendo y consagrar su familia como un santuario. Tristemente en muchísimos lugares el matrimonio sacramental se ha convertido en un “evento social”; de allí provienen los fracasos. Renovar la pastoral familiar en cada parroquia y Diócesis es totalmente indispensable. No basta dar unas cuantas charlas y unos cuantos consejos. Es necesario hacer conscientes a los novios y cónyuges de la lucha a muerte de las tinieblas contra la Luz.
Es necesario darles armas a los novios y esposos para que puedan vencer en ese combate. La Virgen María ha venido especialmente para eso: a darnos armas capaces de revertir la masiva destrucción familiar que está operando la furia de Satanás: “Yo, el Rayo hermoso de la Aurora cegaré a Satanás. Voy a liberar este mundo oscurecido por el odio y contaminado por la lava sulfurosa y humeante de Satanás, a consecuencia, el aire quedaba vida a las almas, se volvió ahogante y mortífero (Pág. 178).
Los matrimonios que ya han hecho camino viviendo la Llama de Amor tienen en el acompañamiento de los novios un vastísimo campo de apostolado; están llamados a transmitir y compartir con ellos la gracia que han recibido. ES IMPRESCINDIBLE MIRAR HACIA ADELANTE: La Llama de Amor es el fururo de la familia cristiana y de la familia universal. Para reconstruir la familia según Cristo hay que preparar las nuevas generaciones de católicos dentro de la perspectiva del “efecto de gracia”. Los niños, adolecentes y jóvenes son el semillero del Movimiento de la Llama de Amor que darán una hermosísima cosecha de Santuarios Familiares. Estamos en la “hora de los laicos”. Este Movimiento es fundamentalmente de laicos. “Dando es como se recibe”, dice San Francisco de Asís.
Cuando un matrimonio con suficiente trayectoria en la Llama de Amor transmite su experiencia y su manera de vivir el efecto de gracia dentro de su Santuario Familia se consolida y profundiza aún más su compromiso. La Virgen necesita gente que quiera darse y dar. Ella pide que dejemos la indolencia a la que estamos acostumbrados. Nos gusta recibir, pero tenemos miedo de dar. Sobre todo dar de nuestro tiempo, de la tranquilidad que hemos conquistado, de las comodidades del hogar. Los jóvenes necesitan de los matrimonios con experiencia.