La confesión de los pecados es de trascendental importancia
En el proceso de liberación familiar; el sacramento de la reconciliación una herramienta que debe ser frecuentemente utilizada y de manera excelente. No podemos olvidar que la familia se compone de “personas individuales” y que al mismo tiempo es como una “personalidad colectiva” (una unidad espiritual y psicológica ) que debe ser “sanada y liberada”. Las dos sanaciones y liberaciones (la individual y la familiar) van de la mano. Se corresponden.
El proceso avanza en la medida del esfuerzo que los individuos hacen para alejarse del pecado y acercarse a los medios de sanación y liberación. El “efecto de gracia” de la Llama de Amor no es algo “automático”, que como por “arte de magia” (sin conversión auténtica del corazón) vaya a transformar de un golpe o en poquísimo tiempo a la persona y a la familia. Hay toda una serie de elementos que deben acompañar al Sacramento de la Reconciliación para que éste produzca los maravillosos efectos que encierra. La confesión de los pecados se integra con: la oración personal y familiar, el ayuno, los sacrificios, el arrepentimiento sincero, la reparación, la renuncia a las ocasiones de pecar, el apostolado, etc.
Cuando una familia descubre la Llama de Amor está invitada por la Santísima Virgen a entrar en ese proceso de cegamiento de Satanás y de los demás espíritus malignos. La familia debe asumir de manera consciente y en unidad de propósito el combate espiritual contra el maligno. Todos deben colaborar en esta lucha por la sanación interior de TODOS los miembros. No podemos vivir egoístamente en el interior de la familia desentendiéndonos de los problemas de los demás. Si un miembro sufre, todos debemos sufrir con él y sobre todo orar con él y por él. Si se cree en el poder de María Santísima como Llama de Amor todos pondrán en práctica de manera exitosa la oración en familia.
Hay dos exámenes de conciencia que se deben hacer: a) el examen que cada uno hace de su propia conducta y b) el examen que todos los miembros de la familia hacen en común señalando con mucho amor y respeto las heridas, fallas, pecados, problemas, dificultades, enfermedades espirituales, carencias, etc. que los están afectando. El examen personal y privado es el que nos sirve para ir a donde el sacerdote y acusarnos humildemente para recibir la absolución; el examen comunitario es el que nos permite tomar conciencia de cómo el plan del enemigo maligno está actuando; podemos así orar unos por otros y pedir al Señor la liberación de las cadenas que nos atan y de las vejaciones que sufrimos al interior del hogar. Muchos no comprenden, no captan, no asimilan que muchas cosas que suceden en casa y en familia tienen un origen espiritual. Sobre todo los hijos adolescentes y los jóvenes mayores son particularmente ciegos y reacios a ver la acción del maligno. Se debe tener mucha paciencia con ellos hasta que el Señor les abra los ojos sobre un mundo que no se capta si no se tiene una fe viva.
Respecto a la confesión hay que decir que mucha gente no se confiesa del todo. Que otros se confiesan mal porque no han aprendido a hacerlo. Otros se confiesan mal por vergüenza. Otros se confiesan muy de tarde en tarde. La confesión es una disciplina espiritual que debemos adquirir. Los soldados se ejercitan constantemente para estar en forma. Cada día hacen los ejercicios de rutina. Con cierta frecuencia hacen ejercicios intensivos. También hacen extraordinarios. La confesión es un ejercicio indispensable. Hay que hacerla al menos cada mes, para los primeros viernes y sábados; es la sugerencia más práctica. El Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María lo piden así en las apariciones correspondientes. No hay gran avance en la vida espiritual sin la confesión frecuente, aunque no se haya cometido pecado grave.
El examen de conciencia no es un análisis meramente psicológico. Es un acto de la virtud de religión: debe hacerse en espíritu de oración. Hay que pedir al Espíritu Santo que nos ilumine y dé humildad para poder ver nuestro pecado y aceptarlo como tal. Hay que pedir “dolor de corazón” por haber ofendido a un Dios tan bueno, a un Padre tan amoroso y fiel. Si nos contentamos con un examen frío, como una contabilidad, o como un balance de nuestras capacidades psicológicas perdemos el tiempo.
El salmo miserere (51) nos dice: “un corazón contrito y humillado Tú no lo desprecias”. Si la familia entera asume con responsabilidad el efecto de gracia de la Llama de Amor, más temprano que tarde comenzaremos a experimentar los cambios positivos en el interior del hogar. Aquello que nos parecía imposible lograr se volverá fácil y veremos realmente lo que la Virgen promete: la transformación milagrosa de las familias.