CARTA No.319: LOS SACERDOTES SON SERES HUMANOS COMO TODOS LOS DEMÁS. NECESITAN DE NUESTRAS ORACIONES

La señora Guadalupe, de Guadalajara, México, dice: Yo soy madre de un sacerdote. Me siento infinitamente feliz por tener un hijo sacerdote. Es una gracia inmensa e inmerecida que mi Madre Santísima de Guadalupe me concedió. Desde que yo era niña me consagré a mi Santísima Madre y todos los días le supliqué que me diera un hijo sacerdote. Todos los días rezo y me sacrifico para que mi hijo sea un santo sacerdote. Yo estoy siempre pendiente de él. Él es un hijo maravilloso. Yo lo aconsejo y lo defiendo de las tentaciones porque estoy consciente de los peligros que lo acechan de todos lados. Los sacerdotes están cerca de Dios pero son seres humanos como todos los demás. Yo veo sufrir a mi hijo cuando tiene problemas pero siempre lo animo. Es una vocación muy dura y difícil. Yo soy devota de la Llama de Amor y le he enseñado a mi hijo esta devoción. Sé que invocando a la Virgen mi hijo perseverará en su vocación. 

Respuesta: le agradezco mucho su testimonio, señora Guadalupe. Es muy hermoso ver a una madre como Ud. que ora y se sacrifica para que su hijo sacerdote sea un “santo sacerdote”. Las vocaciones sacerdotales son el fruto de la oración y del sacrificio de toda la Iglesia, pero especialmente de las familias y en particular de los progenitores. Las madres verdaderamente cristianas anhelan tener un hijo sacerdote. La señora Guadalupe dice algo muy importante: “Los sacerdotes están cerca de Dios pero son seres humanos como todos los demás”. Esta realidad contradictoria en la vida y ministerio sacerdotal lo expresa San Pablo en 2 Corintios 4:7 cuando dice: “Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros”. La Iglesia en sí es un misterio de fe: es santa y al mismo tiempo teñida por el pecado. Todos los seres humanos, todos los miembros del Cuerpo de Cristo, llevamos en nuestro ser las debilidades de la concupiscencia. A pesar de haber recibido la gracia del Espíritu Santo en los sacramentos debemos luchar cada día contra las fuerzas del maligno. La santidad del sacerdote no depende de sus propios valores humanos ni de sus fuerzas psicológicas o morales. Depende de su configuración con Cristo Sumo y Eterno sacerdote por el sacramento del orden sacerdotal. 

Es la Iglesia la que llama a un hombre concreto, con su propia historia familiar, con su herencia psíquica, moral, cultural, con sus circunstancias, al servicio de la comunidad en el sacerdocio. Jesús no necesita de la fuerza y de la sabiduría humana. Él se sirve de los pobres y de los pequeños para hacer su obra. Más aún, de entre los pecadores escoge a sus servidores. Es la Iglesia la que con sus oraciones y sacrificios ayuda a los ministros del altar a permanecer fieles en la santidad exigida por su vocación. Si cada bautizado debe luchar por su alma, con mayor razón el sacerdote que debe enfrentar el odio de Satanás. El Demonio odia a Jesucristo y a su Iglesia y lógicamente la ataca por todos los medios. De manera especial el Demonio ataca a los sacerdotes para nulificar su ministerio y si es posible hacer que renuncien a su vocación. La gracia de la Llama de Amor es preciosísima para los sacerdotes porque en primer lugar les entrega un arma única, extraordinaria y eficientísima para protegerse de los ataques diabólicos. En segundo lugar hace que el ministerio del sacerdote se convierta en liberador. 

Cristo predicaba, sanaba y liberaba. Igualmente el sacerdote con la Llama de Amor predica, sana y libera a los fieles. Hoy desgraciadamente muchos sacerdotes se contentan con celebrar la misa y los sacramentos, predican ocasionalmente pero no llegan más allá: no sanan ni liberan. Los fieles están agobiados por los ataques de los espíritus malignos, buscan ayuda espiritual pero no la encuentran porque hay una gran apatía e ignorancia en el clero acerca de la acción diabólica. La gracia de la Llama de Amor es una escuela práctica de combate espiritual contra el Maligno. Cuando el sacerdote asume esta gracia que brota del Corazón Inmaculado de María, se convierte en otro Cristo que destruye las obras de Satanás. La Virgen María renueva su vocación y su ministerio. Es necesario que todos los fieles oren y se sacrifiquen para sostener a sus sacerdotes en el camino de la santidad; sin embargo es todavía más urgente que llevemos la Llama de Amor a los Obispos, párrocos, sacerdotes en general, seminaristas y jóvenes para que puedan experimentar el poder tremendo de María Santísima que aplasta la cabeza del Maligno.

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