LOS SERVIDORES DE DIOS Y LOS SERVIDORES DE SATANÁS (1)
¿Por qué Dios se formó un pueblo? ¿Acaso todos los pueblos y todo cuanto existe no le pertenecen? La Biblia nos lo explica. La consecuencia del pecado fue que Adán cayó bajo el poder del “príncipe de este mundo”. Su inteligencia se entenebreció. En vez de gozar de la amistad con el Dios verdadero quedó sometido a la crueldad de los demonios. Éstos se revelaron a los hombres, se dieron a conocer, les inspiraron multitud de “religiones” y de “cultos”. Cada pueblo tenía sus dioses. Las prácticas de esos pueblos entenebrecidos eran abominables. En vez de adorar al Dios verdadero adoraron a los espíritus infernales. En su plan de salvación Dios quiso sacar al Mesías, al Salvador, de un pueblo “escogido”, “separado”, “santo”. Por ese motivo Dios suscitó al pueblo de Israel, lo formó para que le sirviera y fuera su testigo frente a los demás pueblos.
Jesús es el fruto de Israel. Con la muerte y resurrección de Jesús el antiguo Israel se transforma y se convierte en el Nuevo Israel. Ya no será más un pueblo pequeño encerrado en sí mismo, sino que será enviado a dar testimonio de Jesús a todos los pueblos. Se convierte en lo que llamamos Iglesia, el Nuevo Pueblo de Dios integrado no por la carne y la sangre, sino por la Fe. Para formar parte de ese pueblo de Cristo basta creer en Él. Hay dos pueblos: el que sirve a Satanás y tiene sus raíces en el pecado original y el Pueblo que sirve a Jesucristo y tiene sus orígenes en la muerte y resurrección de Jesús. Estos dos pueblos están en lucha a muerte. El que pertenece a las tinieblas contra el que pertenece a la Luz. En los libros del Nuevo Testamento se narra esa lucha tremenda. Desde el Evangelio hasta el Apocalipsis vamos viendo el combate entre el “hombre viejo” (Adán y los que siguen sus pasos) y el “Hombre Nuevo” (Jesús y los que quieren ser como Jesús).
Satanás, la Serpiente que tentó a Adán y Eva sigue haciendo su trabajo: invita a cada hombre que viene a este mundo a que forme parte de su reino de las tinieblas. Le ofrece lo mismo que le ofreció a Eva: “seréis como dioses”. Jesús también hace su trabajo: invita a cada hombre que viene a este mundo a que forme parte del “Reino de los Cielos” y le ofrece la Vida Eterna. Ante nuestros ojos hay un mundo aparente, material. Lo vemos, lo oímos hablar, vivimos en él, lo captamos, lo experimentamos de diversas maneras. Hay otro mundo que no vemos pero que sí podemos en cierta medida captar: es el mundo integrado por los “espíritus” buenos y malos. La Palabra de Dios nos habla de este mundo invisible. Hay una lucha entre los dos reinos, el de la Luz y el de las Tinieblas.
De manera general forman parte de la Luz aquellas personas que se abren de corazón hacia Dios y siguen sus mandamientos. Forman parte del reino de las Tinieblas aquellos que escuchan la voz de la Serpiente y se vuelven sus servidores, sus esclavos. En medio de estas dos ofertas están nuestros corazones. Esta lucha continuará hasta que el Plan de Dios llegue a su plenitud. ¿Cuándo? No lo sabemos. Ni el día ni la hora. Lo importante es que rechacemos a las tinieblas y nos abramos a la Luz. Es necesario que cada una de las familias del mundo entero entre a formar parte del Reino de la Luz. La gracia, el mensaje y el instrumento de la Llama de Amor que la Virgen da a las familias tiene como objetivo ayudarlas a entrar en el Reino de la Luz. Capacitar a cada persona en el combate contra las tinieblas. Atar el poder de las Tinieblas cegando los ojos del principal instigador: la Serpiente antigua. Hay dos campos: la Luz y las Tinieblas. ¿A cuál de los dos quieres pertenecer?