El efecto propio de la Devoción a la Llama de Amor es “cegar a Satanás”

En muchos parrafos aparece esta expresión En las páginas. 44,57, 60, 78, 79, 99, 120, 124, 131, 132, 135, 154, 157,178,192, 198,199, 202, 208, 213, 225, 233, 234, 260, 262, 266, 274, 280, 284, 286, 287, 303,321. Isabel Kindelmann: “En verdad todo se reduce a esto: cegar a Satanás! este es el principal y el único fin de la Llama de Amor de la Santísima Virgen de la cual ella dijo que una efusión de gracia tan grande como ésta no se derramó sobre la tierra desde que el Verbo se encarno”(p 225). Es importantisímo que leamos y meditemos con profundidad todos párrafos de las páginas antes citadas para recuperar la esperanza ante el tremendo ataque diabólico de estos últimos tiempos contra la Iglesia y su base social y espiritual que es el misterio de la familia fundamental en Cristo. Nosotros no podemos cegar a Satanás sólo con nuestras propias fuerzas. Es un ángel y como tal es muy superior a nosotros en inteligencia y perspicacia; su malicia perversa y el poder de su naturaleza angélica nos aplastarían en un segundo sin la ayuda del Señor. El combate espiritual es una consecuencia inevitable del pecado original. Dios perdono el pecado de Adán y Eva, pero ellos ya habían entregado la creación al poder del Demonio. Esta maravillosa creación que Dios había puesto en manos de nuestros primeros padres está desde entonces bajo el poder del príncipe de este mundo. Dios permite que las consecuensias del pecado permanezcan en la creación y especialmente en el hombre.

El Demonio pierde sus derechos sobre nosotros y sobre las cosas cuando lo rechazamos y renunciamos a formar parte de su reinos de las tinieblas. Muchísimas personas yasen bajo el poder del maligno porque no han renunciado a él ni han rechazado sus obras. El día de nuestro bautismo renunciamos a Satanás, a sus pompas y a sus obras y prometimos seguir a Cristo. Pero este seguimiento implica tomar la Cruz del Señor que es lo único que puede vencer a Satanás. Este cruel déspota no quiere renunciar a nosotros y busca por todos los medios hacernos regresar a su reino. Aquí se instaura el combateentre ese mundo de las tinieblas y nuestra propia voluntad de pertenecer a Cristo. Perderiamos la batalla sin un auxilio especial del cielo. En estos “ultimos tiempos” el ataque del Demonio es terrible porque sabe que le falata poco tiempo para su total derrota. Busca por todos los medios arrastrar el mayor número de almas a la condenación eterna. Si no sabemos esto no podemos comprender lo que está pasando en el mundo y en nuestro alrededor. Los que no tienen una Fe viva atrubuyen la degradación de la humanidad a causas superficiales. No van a la raíz espiritual del desastre que es la acción concertada de millones de servidores de Satanás. La Llama de Amor cobra sentido cuando la vemos desde la vemos desde esta perspectiva.

SV: “Entren en batalla, los vencedores seremos nosotros! Mi Llama de Amor cegará a Satanás en la misma medida que ustedes la propaguen en el mundo entero. Quiero que así como conocen Mi nombre en el mundo, conozcan también la Llama de Amor que hace milagros en lo profundo de los corazones” (p 120). 

Tenemos la promesa de la Virgen: “los vencedores seremos nosotros”. Tenemos una orden: “entren en batalla”. Tenemos una explicación del por qué de nuestra victoria: “Mi Llama de Amor cegará a Satanás”. Tenemos una condición para que se dé esa victoria: “en la misma medida en que ustedes la propaguen en el mundo entero”. La gracia de la Llama de Amor debe ser “conocida» en el mundo entero. Tenemos la explicación del por qué de su fuerza: “que hace milagros”. ¿Dónde? “En lo profundo de los corazones”. Dios nos ama tanto que Él hace que su gracia toque los corazones y los convierta: ese es el milagro de la Llama de Amor. No son los “favores»materiales que pedimos. Isabel entra en batalla contra su tibieza espiritual (p 19 – 21). 

“Así se inició una gran lucha en mí. Imploraba a Dios. Algo indescriptible; no encuentro palabras para expresar la lucha espiritual que comenzó en mí. La lucha era larga, espantosa, se me espantosa, se me crispaban los nervios”(p 19). 

Para cegar a Satanás hay que comenzar por “luchar contra él”. Santiago nos dice: “Sométanse pues a Dios; resistan al diablo y él huira de ustedes (Sant 4, 6…) Isabel experimenta el auxilio de la Llama de Amor: “Quien no ha sufrido nunca semejante tentación difícilmente puede comprender lo que se siente ante la incertidumbre. Estuve largo tiempo en silencio y poco a poco se fue disipando esa terrible oscuridad. Comencé a sentir que el maligno ya no me confundía tanto y mi alma comenzaba a sentir alivio” (p 31 – 32).

Cada uno tiene sus “propias tentaciones”. Si las acogemos y las seguimos por un momento nos sentimos bien; después viene el rendimiento. Si las enfrentamos y rechazamos, viene el combate. Allí entra la ayuda de Dios: la Llama de Amor ciega a Satanás. Éste huye y viene el alivio, la Paz. La vida del cristiano es lucha permanente contra el pecado. El que no lucha es esclavizado y conducido a la muerte eterma. ¿ Por qué debemos orar en familia, todos juntos, y no solamente de manera individual? El deber de la oración es en primer lugar un deber personal, individual. Es el momento en que reconocemos a Dios como Dueño, Creador y Señor de nuestras vidas. Es un verdadero DEBER de amor y gratitud. Por la oración individual y personal cumplimos uno de los preceptos de la Ley Natural:

RECONOCER A DIOS COMO NUESTRO SEÑOR. Somos criaturas de Dios, le pertenecemos totalmente. No somos autónomos, independientes porque no nos hicimos a nosotros mismos sino que hemos sido creados por Dios. No somos Dioses. Además de cumplir un deber propio de nuestra naturaleza de criaturas, el orar nos da una “gran ventaja”: nos hace agradables a los ojos de Dios y nos conduce a experimentar su amistad. Más aún, nos lleva a comprender que no somos sólo criaturas de Dios, sino que hemos sido llamados a ser y sentirnos “hijos de Dios”. Es diferente sentirse criaturas a sentirse “hijos”. La criatura no goza de los privilegios del hijo. Éste es parte importante de la familia,tiene derechos que las criatura no tiene. Quien es hijo y se siente hijo goza de las ternuras de la paternidad, de la total confianza que le da fiiliación, de la herencia del padre. El criado no tiene la condición de “hijo”. Hay personas que se consideran sólo como criaturas de Dios; no han realizado que en verdad son hijos. San Juan ( I Juan 3, 1) nos dice que somos hijos de Dios: pues lo somos!. Por eso Dios les es lejano, extraño. Ellos también se comportan como malos criados ante Dios. Son fríos, le tienen miedo, no le tienen confianza, no le tienen confianza, viven alejados de Él, no les importa ofenderlo, no tienen intimidad con ÉL, no se acercan a Él con la seguridad de que serán escuchados, no aman su Palabra, etc.etc. 

La oración personal e individual es indispensable para que podamos llegar a asimilar y aprovechar nuestra condición de hijos de Dios. Como somos miembros de una familia, querámoslo o no!, estamos indisolublemente ligados espiritualmente, biológica y socialmente a una multitud de personas con las que compartimos nuestra condición de criaturas e hijos de Dios: con los que han vivido antes que nosotros, los que actualmente viven, y virtualmente con los que en el futuro vendrán a formar parte de este grandioso designio de Dios llamado “Creación”. La familia ocupa en este plan del Señor un lugar privilegiadísimo e importantísimo. Es el medio concebido por el PADRE Y CREADOR para poblar su Reino. La familia tal como la revela la Palabra de Dios no es una creación humana. Es de origen divino. “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y ambos serán una sola carne” (Gn. 2, 24). La oración en familia “no es facultativa”. Es una verdadera “OBLIGACIÓN” que nos viene por nuestra condición de criaturas y porque la Palabra de Dios en numerosos textos nos lo prescribe. Jesús nos dice que “cuando dos (o más: es decir la familia) se ponen de acuerdo para orar, Él está en medio de ellos; y si piden al Padre algo en su Nombre, el Padre se lo concederá” (Mt. 18, 19 – 20; Jn 14, 13; 15,7; 16,2 – 26, etc). El poder de la oración en familia es algo grandioso. Una familia que ora como se debe, con verdadera fe y piedad, con perseverancia, en unidad, con un amor acendrado al Señor, obtiene todo lo que pide. 

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