CARTA No.71: Homosexualidad 3

Creo que los padres de familia deben ante todo guardar la paz de su corazón, confiando en la acción del Espíritu Santo en el interior de sus hijos. De nada sirven las palabras hirientes, las ofensas, el desprecio, el rechazo a los niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos que son víctimas de lo que llamamos “homosexualidad”. Hay que ir más allá. Dios Nuestro Señor es el único dueño de las personas, de sus almas. Venimos al mundo con infinitas herencias buenas y malas de incontables generaciones que nos han precedido. Dios es un Padre amorosísimo que si permite que nazcamos con diversidad de cualidades, de defectos, de capacidades, de dolores, de circunstancias, es porque su Sabiduría y su Poder son capaces de transformar nuestros sufrimientos en eterna gloria. No somos culpables de las herencias anómalas que hemos recibido, somos culpables cuando sabiendo que se desvían del designio divino las consentimos. Los pensamientos de los hombres no son los de Dios. Lo único que importa es que somos cada uno infinitamente amados y que el Creador nos recompensará en la medida en que lo hayamos amado y amado a nuestros hermanos los hombres.

Los discípulos de Cristo vemos en Él nuestro modelo para pensar, sentir y actuar. Los Apóstoles, los Evangelistas, los Escritores Sagrados nos enseñan el pensamiento, el sentir y el actuar de Jesucristo. Debemos pues ir a las Sagradas Escrituras para formar nuestra mente y nuestro corazón y actuar según el Señor. Desgraciadamente el mundo moderno ha dejado de lado la enseñanza de Jesús para seguir a Freud y a tantísimos maestros ateos y anticristianos que han convertido la sexualidad humana en un ídolo que es indispensable adorar para ser felices. Los cristianos debemos desprendernos de esa manera de pensar, de sentir y de actuar. Jesús nos dice que para ser verdaderamente felices debemos entrar en el Reino de los Cielos. Sólo se entra allí venciendo las herencias anómalas o pasiones que quieren arrastrarnos a la autoidolatría que en el campo de la sexualidad proclama: “Mi cuerpo es mío y yo hago con él lo que a mí me da la gana”. Las tendencias homosexuales no son más que una de las tantas tendencias anómales de la naturaleza humana herida por el pecado original.

San Pablo dice: ¿No saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No se engañen! Ni impuros, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni ultrajadores, ni explotadores heredarán el Reino de Dios (1 Co 6:9–10). “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, ambición, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes, sobre las cuales les prevengo, como ya les previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios “ (Gl 5:19–21). Los padres de familia deben pues enseñar a sus hijos que existe el Reino de los Cielos y que deben luchar “contra todas las tendencias” pecaminosas. Tan vergonzosos deben ser la ira, la violencia, el orgullo, la explotación del hermano, la mentira, el robo, la hechicería, la borrachera, como los actos homosexuales porque todas esas cosas nos impiden lo esencial: entrar en el Reino de los Cielos. Esta es la pedagogía de la Llama de Amor: enseñar a los hijos a luchar, apoyados con la gracia de Dios, contra todas estas tendencias de la “carne” que nos apartan de Jesucristo.

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