DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS

Los padres de familia están llamados a ser profetas y testigos de la Vida Eterna para sus hijos, y como obligación de fieles cristianos, para el prójimo. El Nuevo Testamento (Jn 17,2-3; 1Jn 5,13; Jud 21;1Tim 1,16…) nos habla de la “Vida Eterna”. La pérdida de la Fe en el interior de las familias ha dado como resultado que en muchos hogares lo único que cuente sea la vida terrenal. Se educa a los hijos para que trabajen solamente por los incentivos materiales: dinero, bienestar, salud, placer, poder, ciencia, arte, poesía, cultura, política, obras sociales, reputación, filantropía, …etc. No se los educa para “ganar el Cielo” y “evitar el infierno”. Por no conocer el Evangelio los padres de familia fallan en el más importante de sus deberes: orientar a sus hijos hacia el más allá de la muerte: el Cielo. El meollo de la enseñanza de Jesucristo es precisamente la Vida Eterna. ¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (Mc 8,36). “Dios nos ha dado Vida Eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Jn. 5:11–12). Jesús dijo: “Y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).

El mundo moderno, la cultura que hoy transmiten los gobiernos, está totalmente vacía del valor fundamental que da sentido a la vida del ser humano: el hombre ha sido creado por Dios para que al final de su vida terrenal llegue a gozar del Amor divino para siempre. El ateísmo y el laicismo han encerrado al ser humano en la tierra y lo único que transmiten es la muerte. Según ellos vivimos para morir. Dicen que más allá de la muerte no hay nada. Nos toca a nosotros los discípulos de Cristo iluminar y dar Vida a este mundo. Es el más importante de nuestros deberes. Por eso somos la luz del mundo y la sal de la tierra. Cuando leemos el Diario Espiritual descubrimos el gran interés de Jesús y de la Virgen por las almas que sufren, tanto sacerdotes como fieles, en el purgatorio (DE 10-4-1962; 28-9-1962; 13-10-1962; 31-8-1963;24-9-1963;18-5-1964; 15-8-1980). Nos piden que oremos por las almas de los difuntos, que ayunemos a pan y agua por ellas, que ofrezcamos sacrificios para que pronto puedan salir de esos tormentos y llegar a contemplar el rostro de Dios. Nos hablan de que podemos liberar multitud de almas del purgatorio yendo a Misa, ofreciéndolas por ellas, rezando el rosario, etc. Esta enseñanza es de capital importancia. Comprendemos por la Escritura y la enseñanza de la Iglesia que nada manchado puede ver a Dios y que hasta del menor pecado debemos dar cuenta.

Durante los exorcismos infinidad de veces he oído a las almas que dicen: “perdóname mis pecados”; otras dicen “me estoy quemando” sufro mucho, estoy en la oscuridad, ando vagando, estoy muy angustiado, necesito misas, rosarios, el Credo; muchas se quejan de que sus familiares las han abandonado y no oran por ellas. Por nuestro propio bien debemos creer en el purgatorio y preocuparnos para evitar hasta el más pequeño pecado. Dios no quiere que vayamos al purgatorio. Somos nosotros los que por nuestra falta de fe y de amor a Dios nos vemos obligados a pasar por la purificación. Hay personas que niegan la existencia del purgatorio porque según ellos la redención de Cristo es suficiente para perdonar nuestros pecados. Lo que no dicen es que aunque Cristo nos haya redimido nos podemos condenar y con cuanta mayor razón podemos merecer la purificación por nuestros pecados. Estas ideas hacen muchísimo daño, especialmente a los protestantes, porque al negar el purgatorio no oran por sus difuntos y éstos pasan muchísimos años sufriendo. En los exorcismos las almas de los pastores protestantes salen llorando y pidiendo perdón por haber enseñado errores. A pesar de que el purgatorio es un estado de purificación por medio de terribles sufrimientos es una gracia inmensa de Dios que en su infinita misericordia nos da la oportunidad de reparar nuestros pecados. Las almas sufren, pero también tienen la felicidad de saber que están salvadas y que después de ser purificadas irán a contemplar el rostro de Dios por toda la eternidad.

Importantísimo es saber que reparando nuestros pecados por la penitencia y por las oraciones podemos disminuir nuestro purgatorio. Igualmente “ganando” las indulgencias que la Santa Madre Iglesia nos ofrece por la multitud de obras buenas que podemos hacer. No cometamos el error de despreciar las “indulgencias” porque a través de ellas podemos aliviar los sufrimientos de los difuntos y también los nuestros propios. Aprendamos a escuchar a las almas del purgatorio, especialmente de nuestros familiares, que por diversos medios se comunican con nosotros pidiéndonos oraciones. Vivimos día y noche rodeados por las almas; ellas oran por nosotros y nos piden que oremos por ellas. Los padres de familia deben enseñar a sus hijos esta verdad de Fe para que aprendan a evitar el pecado en todas sus dimensiones. Solamente ama verdaderamente a Dios aquel que evita hasta el pecado más pequeño. Pensar en el purgatorio nos ayuda a crecer en santidad y en méritos para la Vida Eterna.

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